miércoles, 6 de junio de 2012

Ray Bradbury, ahora desde Marte.

 Las doradas manzanas del Sol (1953) fue mi primer libro de ciencia ficción. Ágil, sorprendente, divertido, fue una puerta a la imaginación que disfruté abrir. Cabecitas que no quieran viajar por un camino extraño, lleno de misterio, suspenso, colores y señales de otros mundos poco pueden encantarse con Ray Bradbury. Los que disfrutamos burlar las coordenadas de tiempo y espacio, lo vamos a extrañar. Hoy partió a vida marciana, por qué no, el padre de una literatura que hizo posible lo imposible.
Estadounidense, 91 años. Autor de clásicos como Crónicas Marcianas (1950) y Fahrenheith 451 (1953), se destacó por una escritura que supo combinar lo más cotidiano con lo más fantasioso. Sus relatos y novelas supieron regalar la magia de la ciencia ficción y la adrenalina del suspenso. No pudo obtener un título universitario, pero ya ven que la imaginación es el diploma de los genios como él, que nos hizo reflexionar sobre el destino de la humanidad, la vida paralela y un sinfín de asuntos absurdos. Atrapante y dinámica, misteriosa y exigente, la lectura de Bradbury  imanta o ahuyenta, sin intermedios. 
Algunas de sus producciones se adaptaron al cine. Su obra maestra Fahrenheit 451 (1966), Crónicas Marcianas (1980) y otras; hasta una serie de televisión, The Ray Bradbury Theater (1985). Reconocido por su estilo, recibió numerosos premios y reconocimientos a lo largo de su carrera. Arrancó como todo buen escritor, leyendo. En 1940, tras varias re-escrituras de sus propios cuentos, vendió su primer trabajo a una revista. Con el tiempo aprendió a confiar en su impronta y nada lo detuvo. Tan importante fue esta etapa de crecimiento profesional en su vida, que decidió compartir parte de su experiencia en Zen en el arte de escribir (2002), relato que inspira, motiva y nutre a todos los que hemos dado más de mil vueltas a la hora de escribirle al mundo. Una especie de guía para el principiante o autoayuda literaria si se quiere insultar.
Por mucho que uno pueda disfrutar escribir, la cosa no es fácil. No hablo de la espontaneidad o excelencia de  la redacción, el despliegue de imaginación o la maduración de un estilo; hablo de la osadía de exponerse. Si bien se supone (y es lo ideal) que el arte u oficio de escribir es por gratificación propia, muy pocos pueden escapar de la intención, aunque sea sutil, de dejar una huella.. Transmitir un mensaje, disparar una reflexión, generar una acción, sorprender, entretener, hasta provocar; muchas pueden ser las intenciones que nos encuentran tipeando o sosteniendo una lapicera. Sin embargo, antes de soltar lo escrito al mundo, se padece. Inseguridad quizás, temor a las devoluciones o una rigurosa autocrítica pueden atormentar a un aprendiz o al más reconocido escritor. Mambo de nicho, pero mambo al fin.
Entregar una producción auténtica, sinónimo de ganas, esfuerzo y/o puro placer, es un acto de valentía. Aplaudo y felicito a todo aquel que sin muchos rodeos se anima. Es un enorme gusto darle rienda suelta a las inquietudes del espíritu: escrituras, canciones, acordes, happenings, pinturas, arte. Liberar la energía creativa, canalizar emociones, plasmar en algo nuestra existencia, nuestro sentir, pensar o simple transcurrir, es maravilloso. Y que nada lo impida ni lo coarte, que nada lo frustre, lo trunque o disuelva. No hay criterios válidos para juzgarlo, cómo juzgar los gritos del alma? El éxito de lo que hacemos no es la aprobación colectiva, aunque nos mime. El éxito no es hacer rentable nuestro trabajo, aunque nos sirva. El éxito es encontrar en nosotros eso que nos mantiene vivos, que nos desafía a nosotros mismos, que nos es tortura y encanto a la vez, que nos abre las puertas de nuestra mente con todo lo que hay en ella. El éxito es, sin más,  el arte de parir pedacitos de nosotros para entregarlos a la eternidad.

Bradbury se animó a la praxis de su arte. Escribió su imaginación. Como a mi, animó a millones. Eternas gracias!

El arte de hoy? como dice Minujín, Arte para liberarte. 

Tu imaginación divertirá a las nuestras por siempre. Un grande!

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